LA DECISIÓN DE INGRID (¿o de Uribe?)

La euforia rezuma por todos lados como la melaza en zafra de pobres. Ingrid Betancourt ha sido liberada. Recorro lo que se supone debe aportar el punto de vista alternativo para el que no se traga la información coral de la agencias, las enlatadoras de información, y sólo encuentro una voz en síncopa. Dirán que el extremismo ciega a la realeza, pero no me queda otra que sumarme.

Después de una enorme campaña publicitaria, que ha involucrado medios de prensa, Organizaciones no Gubernamentales (ONG) de todo pelaje, jefes de estado de varias naciones (algunos de ellos hasta bien intencionados y respetables), está puesto el tinglado para que la víctima de seis años y medio de ominoso e infrahumano secuestro (las descripciones eran aterradoras) salga a los medios y reciba el suspiro de alivio de la nación colombiana, en la expresión mas coral que se recuerda en años, comparable con el que se escuchara al difundirse la noticia de la muerte de Pablo Escobar. Sorpresa, vemos una mujer sonriente, con el cabello recogido pero brilloso, saludable. El rostro terso, pálido y sin muestras de Hepatitis B, de las inclemencias de la vida montaraz o de la crueldad inmisericorde de insectos o arácnidos. Nada que recuerde la Ingrid de noviembre del 2007.

No soy dado a dejarme ganar por las socorridas teorías conspiracionistas que culpan de todo cuanto ocurre a judíos o comunistas, y que "cabalgan a pelo” en la Internet. No voy a cuestionarme la agenda, goteante de clorofila, de la malograda aspirante presidencial o su muy probable próxima postulación. Voy a centrarme en algo que me resulta muy curioso, más aún que su fragante imagen de Meryl Streep en sus años glamorosos. La recién liberada rehén de las FARC, en un emocionante parlamento, agradece “a todo el mundo y su gato”: a Dios y a La Virgen, a Hugo Chavez y Nicolas Sarkozy, a Pilar (la del turbante, no la de los zapaticos) Córdova, al ejército de Colombia y su Ministro de Defensa, Juan Manuel Santos. Agradece hasta al presidente Álvaro Uribe, contra el cual se medirá, presumiblemente, en carrera hacia la silla presidencial (si éste cede a las presiones de los paramilitares y comete el error imperdonable de aspirar a una tercera reelección).

Hasta acá todo parece muy bien, ”políticamente correcto”, pero nadie se percata de un ligero olvido. Nadie recuerda o agradece los millones de dólares, salidos (con la anuencia de demócratas y republicanos) de las arcas del tío Sam (de nuestro bolsillos aligerados por los impuestos), que mediante el “Plan Colombia”, ha posibilitado al ejército colombiano convertirse en uno de los más modernos y eficaces de Suramérica. Nadie se percata de agradecer a la nación americana por el apoyo diplomático que le ha permitido a Uribe consolidar una democracia liberal, abierta y moderna, en un país en que cualquier matón vulgar y provinciano, desairaba al presidente y a todas la instituciones del estado abofeteando a los funcionarios con fajos de billetes o distendiendo sus esfínteres con cargas de C-4.

La sonrisa de Ingrid Betancourt me hace suponer que su decisión está tomada. La parquedad de Álvaro Uribe no da mayores indicios. Su disyuntiva es aún más compleja: dejarse doblegar por las presiones de la derecha y los entusiasmos coyunturales de su exitosa gestión y postularse por tercera vez, a riesgo de debilitar la institucionalidad del país, o apartarse a riesgo de entregar el país a los bandazos del populismo, el ecologismo o cualquier otro disfraz de la izquierda reciclada.