Estimado Tirofijo (o como quiera que sea su nombre):
No visito especialmente su sitio pues no simpatizo mucho con las salonerías e intrigas que a veces se apoderan de él. Un amigo, con el cual estuve comentado el libro, me alertó de su "nota laudatoria" (bastante ambigua, estimo) y me he animado a escribirle. Si ni siquiera su anonimato permite a usted, que se autodenomina el paladín de la crítica y promete un blog donde “aupar, adular, elogiar, erigir, glosar, sostener, promover, sustentar, redimir, aplaudir, agasajar” no son opciones posibles, poner las cosas por su nombre, tenga a bien aceptar mi humilde ayuda.
Estoy harta de las “algarabías intimas” de esta ciudad (Miami), pusilánime e hipócrita, de su intelectualidad lamedora, que hace “ropa vieja” con el cadáver insepulto de Fidel Castro y ríe consentidora cuando Ramón Alejandro (oliendo aún a París o a La Habana), de paso por Miami, se hace entrevistar por Edmundo García para alardear de su "culeante" curriculum y sus veleidades izquierdosas, o más bien socializantes.
Estoy harta de los entusiasmos ostentosos de París, Madrid, Barcelona; de la Europa pendular e inconsistente que lo mismo se entrega con fervor a cambiarle el nombre ominoso a un parque que glorifica a Valeriano Weyler, se enfrenta, en la acera de una embajada a los esbirros del régimen o respalda la intransigencia de Zoe Valdes o Juan Abreu y a su vez asiste a las moderadas y socarronas disertaciones de Jorge Massetti y se traga las insolentes pretensiones martirológicas de Ileana de la Guardia.
Estoy harta de los cálculos oportunistas de La habana, que prefiere masticar a Pedro Juan, sin tragárselo, por puro cálculo, mientras patean a Gorki y censuran a Yoani; que dan carácter de suceso a la presentación de un libro que quemarían de buena gana (y no por razones estéticas) con la asistencia de toda la oficialidad cultural del país, a cambio de una reseña de Olga Connor en El Nuevo Herald, o una nota complaciente en uno u otro blog.
He leído el libro y lo guardo porque es un lindo ejemplar, gracias al diseño, los dibujos de Ramón y la idea en general. En todo lo que aparece el nombre de Germán, abundan las buenas intenciones y los descalabros. Es una lástima, lo digo con pesar, que gente pensante y con un reconocido prestigio (incluyo a William, la Sra. Ena no se quién es) se conviertan en aplaudidores y aupantes de descalabros como este.
No hay una sola línea en estos textos que sospeche siquiera lo que es poesía, o que de alguna manera sugiera la posibilidad de un discurso que pueda llamarse poético, ya sea por el uso del lenguaje, la conceptualización u otro elemento de composición que denote una intención poética. El lenguaje prosaico que caracteriza al autor (y que es dable en, e inherente a la narrativa) no trasciende acá el contenido, solo resalta por su rastrera conceptualización, su rampante grosería, su vulgar expresión y su “sucia” (cochina, ajada, percudida, impura, contaminada, repugnante) intención de novedad.
La razones extraliterarias, extraartísticas, cada vez pesan más en el concierto de aullidos en que se ha convertido el día a día del arte cubano. La Habana propicia, Europa suspira y Miami consiente. La edición de este libro reúne todo el oportunismo necesario para arrancar los aplausos anhelados en los tres vértices del triangulo de la vergüenza. Eso hay que reconocérselo. Sin otro asunto y deudora de su atención, le saluda,
Gertrudis Amaro San Román.